Si Irak será un nuevo Vietnam o no, es algo que debe
tomarse con cuidado. Más allá de lo seductora que puede parecer la propuesta a simple
vista para todo aquel que de buena fe desea el fin de la invasión y el saqueo, diversas
consideraciones valen al respecto antes de desear éste como el fin de lo que hoy ocurre
en la antigua Mesopotamia.
¿Qué es Vietnam para quienes lo recuerdan como heraldo del anti-imperialismo?.
Vietnam para el inconsciente colectivo anti-imperial fue la prueba de que la fuerza
abrumadora puede ser derrotada por la voluntad de un pueblo; Vietnam fue también la
muestra de que la dignidad puede darle al débil la victoria. Al fin, Vietnam es hoy la
inspiración de muchos quienes con el corazón desean el fin de la ocupación. El
significado simbólico de Vietnam en este sentido es poderoso por esperanzador: si ya
David derrotó a Goliat en alguna ocasión, esto quiere decir que tal vez lo pueda hacer
de nuevo.
Por el momento este no es más que un deseo bien intencionado. Sin embargo este deseo,
si bien puede no tener ninguna mala intención, no necesariamente quiere decir que sea un
buen deseo en el sentido estricto del término. A quienes les gustaría ver que la guerra
de Irak tuviera el mismo fin que la de Vietnam solamente están considerando un lado de la
moneda, el lado optimista (la retirada de EE.UU.), pero soslayan los costos
que se tuvieron que pagar. Estas opiniones centran su atención en el resultado sin
considerar el proceso mediante el cual se llegó al mismo. Para poder establecer un
parangón justo entre una guerra y otra es importante considerar el cuadro completo. Más
aún, dada la importancia que reviste al tema que se trata, valdría la pena incluso hacer
un cuestionamiento de fondo en torno a la noción misma de si los Estados Unidos
efectivamente perdieron la guerra de Vietnam para saber si eso es lo que de
verdad se quiere.
Hablar de victorias y derrotas en Vietnam puede ser un terreno pantanoso, ya que la
guerra de Vietnam tiene diferentes significados, dependiendo del cristal con el que se
mire. Para los Estados Unidos es un recuerdo que hoy se antoja un tanto lejano y cuya
expresión más cruda son los 60,000 soldados muertos y las decenas de miles de lisiados
que regresaron tras su agresión en el continente asiático. Hay que recordar por supuesto
que Estados Unidos jamás recibió un solo ataque en su territorio durante los más de 10
años que duró el enfrentamiento. Para los asiáticos la decodificación es ligeramente
diferente. Para ellos la guerra es una realidad presente, no un evento del pasado: Durante
la guerra de Vietnam ...se tiran 7 millones de toneladas de bombas, explosivos
equivalentes a 270 kg. (de TNT, F.M.) por sudvietnamita, equivalente a 450 bombas
Hiroshima... en promedio se usan 3 kgs. de herbicida por sudvietnamita para destruir
arrozales -tomarán 100 años las tierras en recuperarse- y otros tóxicos que causan
mutaciones genéticas, cáncer y otras enfermedades... y se propicia la reproducción del
mosquito que causa malaria. Todas estas, sustancias prohibidas en el Protocolo de Ginebra
sobre Armas Químicas de 1925 suscrito por Estados Unidos. (González J.,
Mónica en 'Afganistán: Guerra, Terrorismo y Seguridad Internacional en el Siglo XXI',
Montiel T., Fernando -coord.-. Ed. Quimera, pág. 30). La guerra dejó completamente
devastados tres países (Vietnam, Laos y Camboya) y además a Vietnam todavía se le
impusieron muy duras sanciones por parte de la comunidad internacional. El
resultado de todo esto son 5 millones de muertos en Asia y contando. Tal vez no esté de
más señalar que los ecos de la guerra de Vietnam no son tales en el terreno,
estos ecos son todavía gritos que suenan hoy en boca de quienes pierden las
piernas a consecuencia de las minas plantadas por los estadounidenses, o en boca de las
madres que con sollozos lamentan las malformaciones de sus hijos. Vietnam al final lo
perdió todo, absolutamente todo menos una cosa: la dignidad. Y con ella, terminó por
expulsar a los estadounidenses el 29 de Marzo de 1978, día en que salió el último
soldado yanqui de la antigua Indochina.
Estas son las dos caras de la moneda. Aquí destaca la diferencia entre la lógica del
corazón y la lógica de la razón. Albert Einstein dijo alguna vez que el corazón
tiene razones que la razón no entiende, y es verdad. Sin embargo, Si ponemos en una
mano lo que tuvieron que pagar los vietnamitas por la victoria, y en la otra lo que
tuvieron que pagar los estadounidenses en su derrota tenemos que preguntarnos ¿quién -y
qué- ganó de verdad?. Vietnam salvó el honor y la dignidad, y perdió todo lo demás.
Estados Unidos se lo llevó todo: la vida, la tierra y el futuro de Vietnam, y perdió
sólo lo que Vietnam salvó. ¿Deberían saltar los vietnamitas de alegría por su
victoria?, ¿de verdad tienen motivos para sonreír por su triunfo? ¿De
verdad es la destrucción casi absoluta el único camino a la libertad fuera del dominio
del imperio?
No podemos ser ilusos: los estadounidenses no van a salir de Irak por un gesto de buena
voluntad. Se les tiene que presionar, y tres son los frentes donde se puede ejercer esta
presión: el interno (Estados Unidos), el internacional (opinión pública mundial) y en
el campo de batalla (Irak). Vamos a empezar por el final.
La presión en el campo de batalla es patente. Se estima que diariamente desde el
fin de la guerra el primero de Mayo ha muerto un estadounidense diario en el
teatro de operaciones a manos de la resistencia iraquí. Haciendo un ejercicio imaginario,
suponiendo que el ritmo de muertes de soldados invasores en Irak se mantuviera igual que
los últimos 4 meses, a la resistencia iraquí le llevaría algo más de 150 años
infligir a las tropas estadounidenses las 60,000 bajas de la guerra de Vietnam, es decir,
le llevaría 10 veces más tiempo que a los vietnamitas. Este por supuesto es solo un
ejercicio, porque es evidente que la oposición interna a la ocupación está dando
señales de crecer como la espuma. En este sentido existen dos posibles resultados: 1) se
acaba de estabilizar Irak (eufemismo con el que se denomina al exterminio de
quienes se oponen a la ocupación de su país) y 2) la resistencia crece hasta hacerse
imposible de controlar por las fuerzas ocupantes. Si este último fuera el caso los
escenarios son inciertos, aunque el escenario de una guerra civil es potencialmente el
más fuerte. Tras el asesinato del Ayatola Al-Hakim, decenas de miles de chiítas clamaron
venganza, pero ¿contra quien? La pregunta salta a la vista y cobra relevancia. No podría
ser contra el depuesto régimen de Saddam Hussein, y sin embargo, no podemos dejar de
notar que las fuerzas de ocupación fueron vistas con recelo durante los funerales (y con
justa razón, no debemos olvidar que de acuerdo con el Derecho Internacional, las fuerzas
ocupantes son las encargadas de garantizar la seguridad en el Estado agredido). En Irak
cada día hay más atentados, cada día hay menos claridad en la autoría de los mismos y
cada día se crean nuevos grupos armados que se congregan por diferentes motivos
(políticos, económicos, religiosos, familiares). En este sentido, la situación es
bastante más volátil que la que prevalecía en Vietnam. En fechas recientes los nuevos
virreyes estadounidenses en Irak han tenido que reconocer que sus cálculos fueron
equivocados, y que no contaban con la resistencia que han tenido que enfrentar desde el
primer día de la invasión (cosa que se sabía desde hace meses).
Paradójicamente, aunque la resistencia crece día a día, la presión pública
internacional cada vez presta menos atención a lo que ocurre en el área del conflicto.
Un gran peligro acecha: la indiferencia global ha comenzado a hacerse presente. Hoy la
opinión pública internacional está concentrando su atención en otros asuntos: entre la
Cumbre de la OMC, la crisis de Corea del Norte y algunos otros temas de coyuntura, ya no
tienen tiempo para dar seguimiento al infierno sobre la tierra que se padece como
consecuencia de la más reciente aventura bélica estadounidense. Y aún, con reflectores
o sin ellos, la miseria y el despojo continúan azotando Irak. Esto nos lleva a los
siguientes dos frentes de presión: la opinión pública nacional e internacional, donde
la situación como podemos sospechar, no es más esperanzadora.
¿Qué es peor, la ignorancia o la indiferencia?. La ignorancia es un problema de
información, mientras que la indiferencia denota deficiencias en la formación. Si en el
pasado, en Vietnam, el era el acceso a la información el dolor de cabeza de quienes
querían hacer algo, hoy, en Irak, la muralla que hay que sortear es la de la
intoxicación informativa. Evidentemente, en este sentido, Vietnam e Irak son también muy
diferentes. En Irak, el tiempo le labra el camino a la apatía, en Vietnam el tiempo
trabajó a favor de la concientización. Lo que ayer fue una ventaja hoy es un problema en
la causa de la paz: entre más pasa el tiempo, la presión internacional comienza a asumir
la crisis de Irak como algo habitual, como algo cotidiano. En estas condiciones apostarle
a la presión pública internacional o nacional no parece ser cosa segura si lo que se
busca es la liberación del segundo país ocupado en lo que va del siglo XXI.
Los resultados de nuestra indiferencia están a la vista. Creciente, la resistencia
iraquí se ha percatado que la tragedia de su país fue utilizada por diversos
críticos para levantarse el cuello y adquirir súbita popularidad. Se sienten
solos. Hoy, estos críticos del sistema ya están en otro asunto, se han
mostrado como oportunistas que aprovechan la miseria de los unos para su gloria personal y
después los olvidan. Aquí encajan por igual individuos y organizaciones. El comentario
es importante en tanto que explica -sin justificar- el atentado en contra de las Naciones
Unidas y demás personal humanitario por parte de los rebeldes iraquíes. Pero ¿se les
puede culpar acaso por sentir que su miseria solo sirvió para levantar los egos de muchos
que decían querer la paz y que hoy ya se olvidaron de ella?. Bombardeados sin cesar por
10 años, privados de lo más elemental por organizaciones humanitarias como
las Naciones Unidas, desechas sus familias, despojados de sus bienes y de la riqueza de su
país, aislados del mundo y saqueados por sus salvadores, los iraquíes han
sobrevivido lo inimaginable. Si a esto se le agrega la sensación de haber sido
utilizados, la ira y frustración afloran en atentados como el ocurrido en contra de las
Naciones Unidas. Nada de esto debería extrañar, ya lo dice el saber popular: en
situaciones extraordinarias los actos extraordinarios son ordinarios. Bueno, Irak
vive una situación extraordinaria (es decir, no ordinaria). Actos como el atentado contra
el cuartel general de la Organización de las Naciones Unidas son algo natural en ese
contexto, cosa que, no obstante que ayuda a explicar el por qué del suceso, no lo
justifica.
Para conseguir un cambio importante en términos de opinión pública nacional e
internacional sería requisito la generación de un llamado Síndrome de Irak.
Para comprender a lo que nos referimos con esto es importante entender primero lo que fue
el Síndrome de Vietnam.
Para los enterados el Síndrome de Vietnam fue la oposición del pueblo estadounidense
a seguir enviando tropas a combatir a la antigua Indochina. Tradicionalmente se supone que
esta oposición era el resultado del horror que sentían los estadounidenses al ver
regresar a su juventud despedazada o muerta. Esta versión es inexacta por no decir
errónea; si bien es cierto que la oposición del pueblo estadounidense era verdadera, la
razón de donde surgía esta renuencia a continuar contra el ataque a Vietnam era
diferente: el pueblo estadounidense se dio cuenta de que la guerra contra Vietnam era una
guerra de agresión. La distinción es muy importante. En el primer caso el corazón del
Síndrome eran los jóvenes estadounidenses heridos o muertos en combate, mientras que en
el segundo el aspecto central del síndrome era el pueblo vietnamita injustamente
agredido. En el primer caso, el Síndrome de Vietnam es el resultado de una reacción
viceral-emotiva. En el segundo, el Síndrome es un acto lógico-racional. Como es evidente
la distinción de fondo es de orden político. La primera versión reduce el Síndrome a
un estado mental y emocional exclusivo de quienes tenían conocidos o parientes en la
guerra. Por su parte, la segunda versión implica la desaprobación por parte de grandes
núcleos de la población a la administración en turno. Como es evidente la primera
versión es políticamente conveniente a la clase gobernante en Washington en tanto se
fundamenta en motivos abstractos individuales (como el dolor de una madre al
ver a su hijo regresar muerto o herido), fundamento en el que la
responsabilidad gubernamental solo es un aspecto tangencial de la reacción popular. Por
su parte, la segunda versión tiene su base en motivos concretos colectivos y se expresa
en la desaprobación a la política exterior de Washington. Esta segunda versión es
políticamente mucho más problemática; aceptarla es tanto como asumir en los hechos que
la población desarrolló conciencia crítica, y que cuando lo hizo la utilizó, fue para
recriminar los actos de su gobierno. La desinformación de nuestros días en cuanto a Irak
aleja día a día la posibilidad de generar un Síndrome de Irak que abra la
puerta a la desocupación como ocurrió 40 años atrás en Vietnam. De ella son víctimas
quienes comienzan a ver todo lo referente a la tragedia en Irak como algo cotidiano. Este
es el verdadero enemigo en los frentes de presión pública nacional e internacional: la
indiferencia.
Como quiera que sea, mientras se lucha en contra de la indiferencia y el olvido, es
importante hacer patente que necesitamos nuevos modelos, ejemplos diferentes de
liberación. Poner demasiada atención a los símiles entre Vietnam e Irak
puede estarnos encaminando a convertir dicho parangón en alguna suerte de profecía
autocumplida. ¿Queremos a 5 millones de iraquíes muertos?, ¿qué no han sido
suficientes las bombas que han caído ya sobre Irak?. Irak ha sufrido ya demasiado.
Después de lo que hemos visto, Irak no puede ni debe ser otro Vietnam.
Fernando Montiel
22 de septiembre de 2003
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Fernando Montiel es analista en relaciones internacionales y resolución de
conflictos
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