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COMUNICADO DE PRENSA

Católicos argentinos se movilizan
para desagraviar a Cristo y la Iglesia
y en defensa de la Familia y la Fe

>  Martes 7 de diciembre de 2004


GACETILLA DE PRENSA

Católicos argentinos:

Como lo venimos anunciando desde hace varias semanas, el próximo miércoles 8 de diciembre, festividad de la Inmaculada Concepción, nos reuniremos a las 17 hs. en la Catedral.

Desde allí marcharemos en procesión, rezando el rosario, hasta la sede de la Nunciatura, en la que dejaremos un petitorio con destino al vicario en la Argentina del Vicario de Cristo.

El propósito de esta procesión es desagraviar a Nuestro Señor, a su Iglesia, a sus Santos y a su Santísima Madre, sistemáticamente ultrajados en nuestros días, como todos pueden constatar. Y es igualmente nuestro propósito, repudiar el anticatolicismo convertido hoy en política de Estado.

No han faltado las amenazas contra esta procesión, procedentes de grupúsculos explícitamente identificados con el marxismo y el homosexualismo. Los mismos que aplauden y defienden la blasfemia enfermiza del infame Ferrari.

Por eso, creemos que más que nunca urge estrechar filas, concurrir a la cita del 8 de diciembre, y dar testimonio de los derechos de Dios.

Transcribimos abajo el texto del petitorio que entregaremos a Su Excelencia Reverendísima, Monseñor Adriano Bernardini. Rogamos que nos ayuden con la difusión.

Afectuosamente

En Cristo y en la Patria

Antonio Caponnetto
Revista Cabildo

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Texto del Petitorio al Nuncio Apostólico

Buenos Aires, 8 de diciembre de 2004

Su Excelencia Reverendísima
Monseñor Adriano Bernardini
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Excelencia:

En los últimos tiempos, la Argentina viene siendo conmovida por hechos de extrema gravedad en el orden social, político y económico, sin que su dirigencia atine siempre a encontrar las soluciones más prudentes.

Sin embargo, tal situación, objeto de legítimas preocupaciones, empalidece frente a lo que juzgamos como el drama esencial de nuestros días: la persistente obra de descristianización de la sociedad, la destrucción sistemática de todo vestigio de un orden público cristiano, la aplicación del funesto ideario de la cultura de la muerte, la sanción de normas contrarias a la ley divina y a la ley natural, la profanación y el vejamen de los bienes y valores más resguardados por la Iglesia, y hasta la promoción insensata de la contranatura, con los previsibles efectos disolventes para la educación familiar.

Existe, en suma, una irrespirable atmósfera anticatólica que, amparada en la impunidad que los poderes públicos le dispensan, en el inmovilismo de ciertos pastores, y en el desconcierto de los bautizados, no trepida en llegar a la blasfemia más inimaginable, a la impiedad más artera y a la audacia más pecaminosa.

Cristo ha sido destronado, y la sola mención de una patria católica y mariana –en consonancia con el plan inaugural de sus héroes fundadores- escandaliza hoy a unos y otros. Como si la argentinidad no tuviese los mismos derechos a vertebrarse en la catolicidad, que reclaman para sus respectivas naciones los pueblos de otras ascendencias religiosas.

En tales circunstancias, creemos que urge reaccionar. Nos toca a los laicos, lo sabemos, llevar adelante las acciones propias y específicas del ámbito temporal para hacer frente a tantos males. Probar que siguen vigentes aquellos versos de Santa Teresa que nos mandan estar despiertos y combativos cuando no hay paz sobre la tierra. Demostrar que permanece viva la promesa bautismal que nos pide enfrentarnos con el demonio y sus pompas. Atestiguar que obedecemos el mandato enunciado por Pedro, de resistir firmes en la Fe contra el león rugiente. Acatar al Pontífice que nos reclama “vigilar y cuidar con gran celo, como vigila el soldado, para que no se pierda nada de lo que es cristiano en esta vida”, sabiendo que “la lucha es una necesidad moral y un deber”[1]. Evidenciar que no estamos dispuestos a permanecer indiferentes ante el ultraje a la Fe, el vejamen a los Mandamientos o la profanación de lo sagrado. Si hay un complot contra la Iglesia, la Iglesia en nuestras personas, sus miembros, se ofrece a la reacción condigna y viril.

He aquí lo que venimos a ofrecer quienes participamos de esta procesión en el sesquicentenario de la Ineffabilis Deus, que consagró el Dogma de la Inmaculada Concepción de María.

Pero, en esta lucha, los laicos no podemos ni debemos estar solos. Nuestros Pastores tienen que ser guías veraces, centinelas firmes y testigos valientes, que nos animen y nos orienten en la batalla, conforme sempiterna enseñanza del Magisterio, recientemente ratificada por Juan Pablo II en su Exhortación Apostólica Pastore gregis. Otro tanto los clérigos y la Jerarquía toda, “basándose en la Palabra de Dios y aferrándose con fuerza a la esperanza, que es como ancla segura y firme que penetra en el cielo” (cf. Hb 6, 18-20).

No es tiempo de eufemismos, elipsis o escarceos diplomáticos. Tampoco de tibiezas o de inconducentes diálogos en las mesas tendidas por nuestros enemigos. Es –una vez más y como siempre- el tiempo para testimoniar la Verdad, oportuna e inoportunamente, hablando sí, sí; no, no. E incluso, para castigar con las máximas sanciones previstas en el Derecho Canónico a quienes confesándose católicos, obran públicamente contra las enseñanzas de la Iglesia, ocupen los puestos que ocupen. He aquí lo que venimos a pedir.

La Iglesia no es un factor de poder más, ni una estructura temporal que disputa o comparte espacios con otras estructuras, ni una oficina de tráfico de influencias, ni una institución que se aviene a debatir con otras en paridad de condiciones, ni una asamblea que solicita el permiso social para dar a conocer sus opiniones. No. Es Mater et Magistra, es la columna y el sostén de la Fe. Y es, en la patria argentina, la que trazó históricamente, desde los primeros albores, su identidad espiritual.

La Iglesia fundada por Jesucristo, es el Sacramento de Unidad que prolonga en el tiempo la presencia intrahistórica del propio Jesucristo; “es, en este mundo, el sacramento de la salvación, el signo y el instrumento de la comunión con Dios y entre los hombres”, según enseña el Catecismo (n. 780). Por eso, su misión es izar la Cruz Redentora, misionar con celoso fervor, aún a costa del derramamiento de la propia sangre, si fuera menester, llevando así la salvación a todos los hombres. Y esto es también lo que venimos a pedir.

Pedimos, al fin, que se tome clara conciencia de que este anticatolicismo que protestamos -concebido hoy como política de Estado y como infausta moda cultural- no suscita nuestro repudio y nuestra confrontación activa porque estén en juego prerrogativas terrenas, subsidios oficiales o sentimientos mayoritarios ofendidos. Sino porque es la Majestad de Dios Uno y Trino la que ha sido escarnecida, también la Realeza de Jesucristo y la Principalía de Su Madre, el honor de la Cátedra Bimilenaria de Roma, y el origen, la raíz y la esencia del ser argentino.

Con entera sencillez y con pleno conocimiento de nuestras propias debilidades, pero también con firmeza que quiere ser santa y heroica, anunciamos a su Excelencia –con pedido expreso de que se lo haga saber al Santo Padre, para que nos bendiga en la demanda- que aún en la adversidad y en la soledad estamos dispuestos a asumir que “la vida del hombre es milicia sobre la tierra” (Job 7,1). Hasta que se haga realidad, encarnadura y signo vivo, la consigna que nos dejó San Pio X: Omnia instaurare in Christo.

Con filial devoción,

Antonio Caponnetto
Revista Cabildo
Jorge Gristelli
Agrupación Custodia

 

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