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INFORME ESPECIAL

Hiroshima y Nagasaki
NO OLVIDAR

>  Escribe: HÉCTOR JAIME - Sábado 6 de agosto de 2005


"Los heridos que nos traían tenían un aspecto horrible. Sus chamuscadas cabelleras estaban enrizadas,
las ropas desechas, las partes de piel que quedaban al descubierto casi por completo quemadas,
las heridas terriblemente sucias. La mayoría estaba tan desfigurada por las incontables astillas
de vidrio y de madera y/o partículas de hierro que se habían incrustados en las caras y espaldas,
que resultaba casi imposible reconocerlos como humanos. El tamaño de los vidrios oscilaba entre
el de un grano de arena y el de la yema del pulgar. Más tarde, al practicar auscultaciones con estetoscopios descubrimos que a algunos pacientes les habían penetrado partículas de vidrio en los pulmones que
crujían al respirar. Los trocitos de madera eran de materiales de construcción o de ramas verdes.
En un caso observamos como una ramita muy tierna y blanda había perforado el cráneo de tal forma que las hojas colgaban afuera como un adorno de sombrero para damas" (Testimonio de los médicos japoneses
Dres. Masao Schiocuki, Ori Nohuo Kusano y Di Sugi Jamamoto, en su libro "No podemos Callar")


PEORES QUE GENGIS KHAN

El 8 de agosto de 1945 Radio Tokio pasaba la siguiente información:

“Las autoridades de Hiroshima, ocupadas en la tarea de establecer un primer orden en el caos que produjo la nueva bomba enemiga, de origen desconocido, que explotó el lunes a la mañana, no están aún en condiciones de estimar la magnitud de las pérdidas ocasionadas entre la población civil de la cuidad. Grupos sanitarios traídos de localidades vecinas no podían distinguir a los muertos de los heridos, ni qué hablar de identificarlos. El efecto de la bomba fue tan terrible que prácticamente todo ser vivo, humano y animal, fue literalmente carbonizado en el inmenso calor producido por la explosión”.

“Muertos y heridos estaban quemados hasta tal punto que era imposible reconocerlos. Todos los edificios quedaron destrozados, lógicamente también los puestos sanitarios y hospitales de modo que la labor de ayuda y rescate crecía hasta el agotamiento. La bomba había destruído todo dentro de un amplio radio. Quien en el momento de la explosión estaba en la calle fue quemado por completo, la gente en las casas murió por la gigantesca presión y el calor."

"Los métodos utilizados por los EE.UU. de Norteamérica contra el Japón fueron, en lo que a crueldad se refieren, peores que los del Gengis Khan”.

El publicista británico F. J. P. Veale relata en su obra “Hacia la Barbarie” (Wiesbaden, 1962, página 318) respecto del tema de la bomba atómica:

“La última duda que podía haber quedado sobre la pregunta de que si efectivamente el presidente Truman había ordenado el lanzamiento de la bomba atómica en conocimiento de los repetidos ofrecimientos japoneses de rendición, puede quedar ahora definitivamente aclarada”.

“El historiador norteamericano Henry Elmer Barnes publicó ya en 1958 en el National Review un artículo titulado “Ataque a un enemigo vencido”, donde relata que el presidente Truman contestó que efectivamente tenía conocimiento de los deseos de paz de los japoneses, también de la falta de necesidad de continuar con cualquier acción militar adicional, y de las buenas posibilidades existentes para la conclusión inmediata de un tratado de paz".

"El lanzamiento de la primera bomba atómica al fin de cuentas fue sencillamente una vivisección donde los habitantes de Hiroshima jugaron el papel que en los experimentos científicos tienen los conejillos de indias”.

HIROSHIMA

Desde la tarde del 5 de agosto, un artefacto negro con forma de cachalote, de un poco más de 3 metros de largo y con un peso de alrededor de 4 mil kilos estaba instalado en el receptáculo de las bombas del avión B-29 (superfortaleza volante) Enola Gay (nombre de la madre del comandante, coronel Paul W. Tibbetts). A la 1:37, desde la pista del aeropuerto de Tiniam en las Islas Marianas (entre Australia y el Japón), partían los primeros 3 B-29 equipados para una precisa observación meteorológica de 3 posibles objetivos: Hiroshima, Nagasaki y Kokura.

Al mando del avión que efectuaría el reconocimiento sobre Hiroshima, el Straght Flush, se encontraba el mayor Claude Eatherly. Trastornado por pesadillas y remordimientos después del fin de la guerra intentó suicidarse y fue internado durante mucho tiempo en el hospital psiquiátrico militar de Waco. La correspondencia que desde allí sostuvo con el filósofo austríaco Gunther Anders constituye uno de los tantos documentos que las generaciones posteriores a Hiroshima no deben ignorar, junto con el Diario del Dr. Hachiga, director del único hospital que quedó en pie en la ciudad japonesa.

A las 6:40 el Enola Gay había alcanzado una altura de 10.000 metros y enfiló hacia Hiroshima. A las 7:09 Eatherly sobrevoló la ciudad católica del Japón y después de pocos minutos informó que la visibilidad era perfecta.

En Hiroshima era un bello día de verano. La gente se preparaba para ir a trabajar, los niños para ir a la escuela. A las 8:09 el comandante Tibbetts ordenó prepararse para el ataque. Tom Ferebee, el artillero, distinguía ya las distintas zonas de la cuidad y con una mira encuadró el blanco: un puente en la confluencia de dos ríos.

A las 8:15 se abrieron las compuertas y la bomba inició su descenso, mientras el avión bajaba en picada, realizaba un viraje y se alejaba. Cuarenta y tres segundos después, la bomba atómica golpeó en tierra. Desde el avión se observó una bola de fuego, de un radio de por lo menos 800 metros que se transformó en un hongo aún más grande, de un ancho de 5 kilómetros, constituído por un humo negro denso.

A las 8:16, en un radio de 7 kilómetros cuadrados, toda forma de vida había sido eliminada. Lo que antes había sido un sitio de la ciudad ahora era un enorme crematorio. Había comenzado la era atómica con una matanza apocalíptica.

A bordo del Enola Gay el copiloto Robert Lewis dijo: "¡Dios mío, que hemos hecho!" Un fulgor terrorífico envolvió a la ciudad, prendiendo un gigantesco incendio que se propagó en segundos.

“Los tranvías se detuvieron llenos de pasajeros calcinados y sentados en su sitio, o apretados en las plataformas”. Un viento con fuerza de 1200 kilómetros por hora se levantó haciendo caer las paredes en un radio de 1500 metros y arrancando las ventanas hasta a 12 kilómetros del “punto cero”. Un ciclón de fuego semejante a los que habían encendido los centenares de bombardeos de Dresden, Hamburgo y Tokio surgió durante 6 horas.

Inmediatamente se notaron extraños fenómenos en los sobrevivientes: vómitos, diarreas de extremada violencia y abundancia de pequeñas hemorragias en la boca y el cuello. Muchas víctimas que manifestaban estos síntomas estaban agonizando.

El balance que se establecerá más tarde será de 78.150 muertos, 9.284 heridos graves y 13.938 desaparecidos. Éstas cifras no toman en cuenta a los militares que eran 40.000, de los cuales la mitad fue víctima de la explosión. El cuartel general del II ejército, sede del mando territorial, la academia y el hospital militar fueron aniquilados. Por otra parte este cálculo no tiene en cuenta - ni podrá tenerlo - a la decena de miles de víctimas que la explosión provocó en los años sucesivos.

¿Qué sucedió en Hiroshima, en el agujero del infierno? Los testimonios reunidos fueron numerosos, pero pocos de ellos estaban en situación de darnos una idea del cataclismo provocado por la explosión atómica.

“El calor emanado del relámpago de luz fundió el granito de la tierra en un radio de al menos 1 kilómetro desde el punto cero”. Según los científicos este calor debió subir a 300.000 grados centígrados. Este fuego tuvo una duración máxima de una fracción de segundo, aunque el calor siguió siendo insoportable y letal. Su efecto más notable fue la destrucción total. En un radio de al menos tres kilómetros, en una fracción de segundo, todo se derrumbó.

NAGASAKI

Desoladora panorámica de la ciudad de Nagasaki después de la bomba. Extrañamente una de las pocas edificaciones que quedó parcialmente en pie, fue su Iglesia principal. Hiroshima y Nagasaki eran las únicas ciudades católica del Japón

La noche del 8 al 9 de agosto transcurrió en la capital nipona, lúgubre como una pesadilla. La ruptura de la Alianza Ruso-Japonesa por decisión de la U.R.S.S. constituía un golpe mortal para el Japón. En las primeras horas del 9 de agosto un B-29 que llevaba pintado en el morro el incongruente nombre de Bock’s Car (literalmente el “coche de Bock”, pero fonéticamente igual a box car, “vagón de mercancía cerrada”) se dirigía hacia el Japón. Era un bombardeo del 99º Grupo y lleva a bordo otra bomba atómica realizada con un procedimiento distinto al de la lanzada sobre Hiroshima, pero de potencia análoga.

El objetivo, o sea la ciudad, no se determinó sino hasta último momento ya que la elección de la misma dependía de una alternativa dramática: la situación meteorológica. Nagasaki y Kokura dependían de la suerte de la naturaleza.

Pronto el bombardeo llegó al cielo de Kokura. La ciudad se destacó nítida a los ojos de la tripulación del Bock’s Car que la vio surgir en medio de un mar de verdor. El comandante, Charles Sweeney había ordenado activar la bomba y la tripulación se había puesto las gafas herméticas, cuando el apuntador indicó que no podía soltar el ingenio atómico. “No se puede apuntar por la mira”. La conclusión a la que llegaron era que no podían perder más tiempo. Sweeney ordenó virar hacia Nagasaki. Una nube había salvado a Kokura y había hecho caer la balanza del destino del lado de Nagasaki.

Un minuto después de las 12:00 el ingenio atómico fue soltado, y el B-29 se apresuró a alejarse. Aunque el número de víctimas fue menor que en Hiroshima (unos 24.000 muertos y 43.000 heridos) las destrucciones y los sufrimientos fueron los mismos. Además la bomba de Nagasaki fue finalmente reconocida como lo que era, pues ya no era posible cerrar los ojos ante el horror criminal provocado por los Aliados. Todo estaba a la vista.

Posteriormente al lanzamiento de la bomba atómica muchos morirían con los años, debido a la contaminación atómica, terminando con sus cuerpos llenos de pústulas que reventaban en forma acelerada. Las personas que se hallaban más cerca de donde cayeron las bombas desaparecieron, dejando sombras carbonizadas. Muchas de las que al principio sobrevivieron, murieron después a causa de las radiaciones que destruían sus cuerpos célula a célula. Dosis de radiación menores provocaron cáncer y defectos genéticos. Sólo en Hiroshima la bomba causó unas 140.000 muertes en años posteriores.

Dos días después de Hiroshima la U.R.S.S. invadió Manchuria. El 15 de agosto el Emperador Hirohito anunció la aceptación de las condiciones de los norteamericanos. No en vano, el presidente norteamericano Harry Salomón Truman se jactó diciendo:

“HACE 16 HORAS QUE UN AVIÓN ESTADOUNIDENSE HA LANZADO UNA BOMBA SOBRE HIROSHIMA… SI AHORA NO ACEPTAN NUESTRAS CONDICIONES, LES ESPERA UN DILUVIO DE DESTRUCCIÓN COMO JAMÁS SE HA VISTO”.

PARA EE.UU. NO HUBO NÜREMBERG

La bomba atómica fue utilizada en Hiroshima y Nagasaki debido a que sus efectos sólo serían considerables donde hubiese un gran conglomerado de personas.

El 27 de abril, tres días antes de la muerte de Hitler, quedó lista en Oslo, Noruega, una escuadrilla de grandes bombardeos Heinkel, que eventualmente pudo utilizarse para lanzar la atómica, pero en ese momento Berlín se hallaba envuelta en llamas, a punto de caer totalmente y no podía evitarse ya la ocupación completa del Reich.

Sin embargo, pese a todas estas atrocidades, no hubo ningún Nüremberg para los verdaderos genocidas de la humanidad. Ni para el rey lacayo de los sionistas, ni para la Masonería de Inglaterra, ni para Churchill y menos para Harry Salomón Truman, encargado éste del mayor genocidio a las dos únicas ciudades católicas del Japón: Hiroshima y Nagasaki.
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Perfiles

El "genio" Alberto Einstein, un ser despreciable,
verdadero autor intelectual del genocidio

Siempre ha tratado de presentarse la imagen del científico Alberto Einstein como modelo de "genialidad" y como símbolo del progreso de la civilización. La realidad sobre este siniestro personaje estuvo muy lejos de esta visión idílica creada por la propaganda. En términos de su vida particular, fue sencillamente un ser despreciable: dio a su hija en adopción, se deshizo de su hijo Eduard, que era enfermo mental, en un psiquiátrico de Suiza, maltrató a sus otros hijos y abandonó a su familia. Sus famosas "teorías" surgieron de robos sobre proyectos ajenos, y éste es un tema sobre el que nos extenderemos próximamente.

Pero vayamos al centro de la nota que nos ocupa: en vehementes cartas dirigidas al presidente Roosevelt, una fechada el 2 de agosto de 1939 y otra del 7 de marzo de 1940, Einstein solicitaba lisa y llanamente el uso de la bomba atómica por parte de Estados Unidos. Su odio hacia Alemania y los países del Eje era inmenso, era un autodeclarado sionista fanático, y cuando en el año 1921 asistió a la convención sionista de Nueva York, proclamó ante cien mil correligionarios lo siguiente: "Mein Führer ist Cain Weizmann. Folge Ihn Habe Gesprochen" ("Mi guía es Cain Weizmann. Síganlo. He dicho"). El mismo Einstein se encargó de aclarar siempre que su nacimiento en Alemania (que él aborrecía con todas sus fuerzas) era anecdótico, veamos sino esta descarnada declaración suya: "no he pertenecido nunca a mi país (Alemania), ni a mi propia casa, ni a mis amigos, ni a mi familia, sino tan solo a la causa sionista". Todo ello lo demostraría, además, no sólo por su mencionada actitud familiar, sino también por sus cuatro cambios de nacionalidades, según las conveniencias del momento.

"El proyecto Manhattan sería el encargado a principios de los años 40 de llevar a cabo la construcción de las primeras bombas atómicas durante la Segunda Guerra Mundial, bajo el mandato del presidente Roosevelt en Estados Unidos."

"Hoppenheimer y Ferni serían dos de las figuras de primerísima fila en el proyecto. Todos sabemos lo que ocurrió después. Hiroschima y Nagasaki eran virtualmente destruídas y con esa destrucción quedaba inaugurada la era atómica del siglo XX."

"Pero no todo fue fácil hasta llegar a aquel instante . Momentos hubo de indecisión, parálisis o pérdidas de tiempo. Y fue en ellos precisamente donde la figura de Albert Einstein jugaría un papel definitivo. Viendo que los progresos sobre la construcción de la bomba iban lentos, los científicos Wigner, Szlidard y Teller, los tres al servicio del poder americano, pidieron a Einstein, que ya gozaba por aquellos años de un manifiesto prestigio internacional, que éste escribiera al presidente Roosevelt instándole a apoyar sin paliativos las investigaciones para el desarrollo de la bomba dotando de los medios necesarios."

"El texto de la carta que Einstein escribiera y que le fuera entregada en mano a Roosevelt el 11 de octubre de 1939 decía: "...en el curso de los últimos cuatro meses se ha hecho patente mediante el trabajo de Joliot en Francia, así como de Ferni y Szilard en América, que pueden establecerse reacciones en cadena en una gran masa de uranio, de forma que podrían generarse vastas cantidades de energía... Este nuevo fenómeno podría conducir también a la construcción de bombas extremadamente poderosas de una nueva clase. Un solo artefacto de este tipo, que hiciese explosión en un puerto, podría destruírlo completamente...""

"Como todos sabemos, la guerra en Europa terminó antes de que las bombas estuvieran listas, pero quedaron preparadas para ser lanzadas contra el Japón. Sus efectos devastadores fueron de todos conocidos. Y de tales efectos, se sabe que Einstein se llegó a sentir responsable directo". (Revista Milenio)
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HÉCTOR JAIME
(Informe Especial que fuera publicado por la revista Libertad de Opinión - agosto 1999)
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