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Ciudad Libre Opinión


SU DISCURSO EN LA PRESENTACIÓN
DEL LIBRO "SILENCIO DE MUDOS"

Contundentes definiciones
de Horacio Calderón sobre
la subversión y la actualidad

Transcribimos en forma completa las palabras del destacado analista
internacional Horacio Calderón, pues constituyen una esclarecedora síntesis
sobre lo que fue en realidad la subversión en Argentina, la defensa de los
verdaderos Derechos Humanos y la lamentable política de odio
y revanchismo que hoy se aplica desde el poder

>  Sábado 13 de octubre de 2007


PALABRAS DE HORACIO CALDERÓN

TEXTO COMPLETO DEL DISCURSO PRONUNCIADO DURANTE LA PRESENTACIÓN DE LA TERCERA EDICIÓN DEL LIBRO DE LEANDRO VIOTTO ROMANO “SILENCIO DE MUDOS. LA SUBVERSIÓN EN ARGENTINA (1959 A LA ACTUALIDAD). DE LAS ARMAS, AL PODER INSTITUCIONAL Y POLÍTICO"

LOS DEMAS ORADORES FUERON LOS PERIODISTAS BERNARDO NEUSTADT Y MALÚ KIKUCHI, LA DIPUTADA NORA GINZBURG, EL LIC, MARTÍN SIMONETTA DE LA FUNDACIÓN ATLAS Y EL AUTOR DEL LIBRO.


Horacio Calderón, analista internacionalEs un alto honor y un privilegio integrar este panel, cuyo objeto es presentar desde diferentes enfoques la tercera edición del libro del joven escritor Leandro Viotto Romano: “SILENCIO DE MUDOS - La subversión en Argentina (1959 a la actualidad). De las armas al poder institucional y político".

La obra cuya nueva edición se presenta, es un enorme aporte para la memoria completa de una guerra que ha dejado huellas tan profundas en la historia reciente de nuestra patria, cuyas heridas que comenzaban a cicatrizarse fueron nuevamente abiertas, gracias a los esfuerzos del actual Gobierno, que ha promovido a los más altos niveles del Estado a miembros prominentes de las organizaciones terroristas, que cometieron crímenes que deberían haber sido ya declarados como de lesa humanidad.

El libro de Leandro Viotto Romano debería estar traducido ya a varios idiomas y difundido masivamente en el exterior, también en lengua castellana, como necesaria contribución para que el mundo conozca aspectos de nuestra historia todavía reciente, aviesamente tergiversados por la formidable maquinaria propagandística del enemigo marxista.

La obra trae a nuestra memoria, ágilmente comentados, todos y cada uno de los principales hechos cometidos en nuestra Patria por las organizaciones guerrilleras de origen trotskista, marxista-leninista y castro-comunista. ¡"Silencio de mudos" es sin duda un canto a la verdad histórica, un pedido de Justicia para todos, una invitación a la palabra oficial, un no a un silencio que se parece más que nada a la paz de los sepulcros!

El dramático relato de la obra comentada, permitió a quien les habla durante los días de lectura previos a la presentación, recordar los tiempos de vigilia pasados durante tantos años, pensando quién podría ser asesinado al día siguiente, los muertos queridos que velamos y enterramos, tantas familias destruidas, nuestra propia Patria en llamas...

“¡Toto, Toto, son los Montoneros que te vienen a buscar!”, dijo la valiente mujer de mi tío, Roberto M. Uzal, tomada sorpresivamente a la puerta de su casa por una célula de la organización terrorista. Fue entonces cuando el blanco del ataque bajó a rescatarla desde el primer piso, revólver en mano, matando de un balazo al primero que subía a buscarlo, de nombre Jorge Guillermo Rossi, pero fue víctima a su vez de una serie de disparos con que cubrieron la retirada los sorprendidos comandos.

El día 20 de marzo de 1972, dos días después del ataque, moría este abogado intachable, conocido deportista, marido, padre y familiar ejemplar, convirtiéndose en uno de los primeros caídos en la orgía de sangre que habían comenzado en el país los miembros del terrorismo doméstico e internacional.

Mirando hace poco la imagen que promocionaba la presentación de este libro, que incluye una foto de Bernardo Neustadt, no pude menos que recordar a un joven matrimonio que me acompañó, allá por 1969, a lo que fue mi primera intervención en un programa de televisión, conducido por este famoso periodista: nada menos que el Dr. Carlos Sacheri y su mujer, María Marta Cigorraga.

Años después, el 22 de diciembre de 1974, este insigne patriota y uno de los grandes arquetipos del catolicismo y de la catolicidad en la Argentina, era vilmente asesinado frente a sus hijos menores, cuando regresaba a su casa luego de la Santa Misa.

Como el martirio no bastaba con la forma en que fue ejecutado el ataque, los sicarios avisaron que Carlos Sacheri había muerto en estado de Gracia, porque ellos lo habían vigilado mientras comulgaba durante la Misa.

Otro enorme ejemplo a citar es José Ignacio Rucci, uno de los sindicalistas más valientes, honestos y combativos que ha tenido la conducción del movimiento obrero argentino, acribillado a balazos el 25 de septiembre de 1973 y sin cuya formación nacionalista y cristiana contraria al comunismo, hubiera resultado extremadamente difícil resistir el aluvión subversivo que conmovía al país por ese entonces. Tal como ironizaron los asesinos de Carlos Sacheri con su Comunión poco antes de la muerte, en este caso fue luego llamado por sus ejecutores como “Operación Traviata”, porque afirmaban que su cuerpo registraba “veintitrés agujeritos”.

Cabe hacer también referencia -muy particularmente- a los asesinatos de niños inocentes y mujeres inocentes, como Paula Lambruschini y María Cristina Viola, al que se agrega el de Beatriz Sasiaiñ de Cáceres Monié, masacrada junto a su marido; víctimas para las cuales no hay una placa ni homenaje alguno, como tampoco un pedido público de perdón por parte de quienes las asesinaron.

Señala acertadamente la obra que el origen de la subversión marxista en la Argentina se remonta al comienzo de los años 50 del siglo pasado, que continuó a lo largo de los años, incrementando su peligrosidad a partir de la llamada “Conferencia Tricontinental” de La Habana en 1965; año en que fue asesinado por un sicario comunista un joven lamentablemente olvidado por nosotros los argentinos: Hernán Spangenberg.

La guerra subversiva fue declarada más tarde y con mayor ferocidad a un gobierno constitucional, que a su vez ordenó a las Fuerzas Armadas aniquilar el accionar de la subversión, que ahora ha regresado reclamando para sí impunidad frente a los crímenes de lesa humanidad cometidos, como el caso del martirizado teniente coronel Julio Argentino del Valle Larrabure, quien murió estrangulado a manos de sus captores el 23 de agosto de 1975, no sin cantar varias veces el Himno Nacional y legándonos también un conmovedor poema.

En esta situación tampoco debemos sentirnos solos, porque corre en paralelo al drama de la Madre Patria, donde Santiago Carrillo fue homenajeado hace un par de años por el mismo primer ministro, José Luis Rodríguez Zapatero, por sus “proezas” en la larga y cruenta guerra civil española, que se desarrolló desde 1936 a 1939:

Siete mil sacerdotes, centenares de religiosas activas y contemplativas, seminaristas bárbaramente asesinados, como en Barbastro, trece obispos, y danzas macabras con cadáveres de monjas de clausura, son solamente algunos de los crímenes del terrorismo comunista, desencadenado durante la Guerra Civil Española.

El próximo 28 de octubre, la Iglesia celebrará la beatificación más numerosa de la historia declarando mártires a varios centenares de víctimas de la persecución religiosa por parte de los comunistas durante la Guerra Civil Española del siglo pasado.

Sería hora que los argentinos pensáramos, si un Carlos Sacheri y un Julio Argentino del Valle Larrabure, no serían también dignos, si el Espíritu Santo así lo quisiera, de llegar algún día a los altares.

Las referencias en los casos como el de Julio Argentino Larrabure vienen muy a propósito a quien esto expone, porque hay materia suficiente para que los asesinatos de la guerrilla en la Argentina sean declarados delitos de lesa humanidad.

¡Justicia sí, pero para todos!, es el grito implícito de Leandro, que reclama por la orfandad de Estado que padecemos desde hace tanto tiempo, pero que muy difícilmente pueda revertirse en los tiempos por venir.

¿Pero, qué otra cosa podríamos esperar nosotros, por parte de quienes han tenido la sangre fría de las serpientes para sobrevivir tantas décadas con sus manos manchadas de sangre, y que aparecen ahora autoinvestidos como campeones universales -si no en “íconos”, al decir de Leandro- de la democracia y de los derechos humanos?

¿Qué frutos podría dar a la Patria un Presidente que, en lugar de proveer a la construcción de una paz basada en el orden, se ha convertido en un divisor implacable de la familia argentina, en el ejecutor de planes sin escrúpulos que no tienen límite ni en la intensidad ni en el tiempo?

Podría decirse sin cortapisas que esperar frutos de un árbol seco y carcomido hasta sus raíces, sería como pretender que un edificio pudiera sostenerse sin cimientos ni pilares.

¡Que nos explique el Presidente cuál es la diferencia entre los derechos humanos de víctimas, reales o supuestas como las que él reivindica y las de Paulita Lambruschini y María Cristina Viola, para citar solamente a las más pequeñas e inocentes!

¡Que diga abiertamente, si se atreve, y sin caer en falacias o eufemismos, que hay vidas más valiosas que otras, o que hay valores más valiosos que la vida de un tercero! ¡Y si acepta hacerlo, que saque las consecuencias y las haga públicas pero, por sobre todas las cosas, que sea coherente y respetuoso con la memoria de quienes nosotros acompañamos a su entierro!

La consecuencia más grave del estado de subversión que caracteriza la situación actual, es la sustitución de lo superior por lo inferior, el desprecio de la paz concebida como la “tranquilidad del orden” -San Agustín dixit- y el rechazo a todo principio de autoridad en el mundo social e histórico de los tiempos actuales.

En cuanto a la naturaleza del enemigo que fue combatido y derrotado, resultan sumamente relevantes las citas de la Doctrina Social de la Iglesia, que en Pío XI adquieren un cenit especialísimo, cuando denuncia que el comunismo es “intrínsecamente perverso”, porque socava los fundamentos de la concepción humana, divina, racional y natural de la vida misma y porque para prevalecer necesita afirmarse en el despotismo, la brutalidad, el látigo y la cárcel.

Tales referencias no constituyen un dato menor al realizar un estudio analítico del texto del libro y de su bibliografía, ya que demuestra estar basado en una doctrina positiva y no simplemente en un anticomunismo sospechoso y sin substancia, que no pocas veces ha sido utilizado en beneficio de intereses espurios, que poco o nada han tenido o tienen que ver con la defensa de nuestros intereses nacionales.

Merecen también un capítulo aparte quienes que han abandonado a su suerte a aquellos subordinados que se sabe son inocentes de haber cometido algún tipo de crimen; renunciando no sólo a reconocer una guerra de la que también formaron parte, sino también hasta al más mínimo sentido del honor, de la dignidad y hasta el amor por el combate. Ese amor que hizo de la milicia un sacerdocio, que pudo verse y admirarse desde las gestas de la Independencia hasta Malvinas, pasando por la selva tucumana, sepulcro de la subversión trotskista y marxista-leninista que pretendió doblegarnos.

Resultaría un amante de la verdad incompleta, si dejara de lado la más dura de las censuras a quienes, en el marco del gobierno constitucional del cual fui funcionario hasta el 24 de marzo de 1976, como en el posterior período del gobierno militar, transgredieron el iustus modus en que debía desarrollarse una guerra que estaba investida de la más plena legitimidad de origen, eligiendo metodologías reñidas con las enseñanzas que uno siempre ha defendido, por nacimiento y por convicción.

Finalmente y además de felicitarlo a Leandro y agradecerle por ser una luz más en medio de tanta tiniebla, quería recitar algo que conmueve más que cualquier prosa guerrera, porque es nada más ni nada menos que un sentido homenaje a la sangre martirial derramada.

“Quiero morir como el Quebracho, que no entrega su
figura de árbol rudo, sin exigir el esfuerzo del hachero
en prolongadas transpiraciones.
Quiero morir de pie, como el Quebracho, que al caer
hace un ruido que es un alarido, que estremece
la tranquilidad del monte.
Quiero morir de pie, invocando a Dios en mi familia,
a la Patria en mi Ejército, a mi pueblo no contaminado
con ideas empapadas en el odio y en la sangre.
Oh, Dios, te pido humildemente me
concedas esta gracia.
Estoy a punto de morir.
Dale a mi espíritu tu protección generosa, para que mi
vida cese como la serena llama de una vela
que se extingue”.


Julio Argentino del Valle Larrabure
Teniente Coronel del Ejército Argentino

BUENOS AIRES, 9 de octubre de 2007.

Portal Web de Horacio Calderón: www.horaciocalderon.com
E-Mail: info@horaciocalderon.com

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